lunes, 15 de marzo de 2010


Pensar, quién quiere pensar en estos tiempos, las personas queremos felicidad fácil, fácil y rápida, y el pensar presupone todo lo contrario.

A las 7 am Feli saltó de su cama, se cepilló los dientes aún con las marcas rojas en la cara que resultan después de haber dormido nueve horas, se puso los jeans azules de siempre y los tenis que tanto le disgusta usar. Salió de casa a las 8 am, caminó cinco cuadras y media al norte hasta cruzar el camellón amarillo, subió dos cuadras más y giró a la izquierda, pasó por la luna de la panadería, la boutique cereza, y la zapatería que más bien parece un negocio de lavado de dinero.

Finalmente llegó al mercado, era innegable que Feli había llegado, reconoció las carnes y el humo, hasta llegar al pasillo principal, entre el tumulto de la gente y el olor a pescado y sudor, después la frutería y la lucha contra las pilas de tomates rojos, los grandes, buenos y brillantes, se escondían de Feli y de vez en vez salía rodando un tomate desde la cima de la pila hasta el suelo, dando vueltas hasta la puerta del local adjunto. Feli temió exponer su torpeza al empleado y a la misma gente que compraba. Después de todo, ¿Quién no puede escoger tranquilamente un kilo de tomates sin que salgan rodando por los pasillos?.

Luego de unas cuantas luchas más, eso de ir al mercado era todo un suceso, y haber gastado más de lo previsto, Feli regresa a casa bajo el sol poco amigable que hace que su cara de arrugue, deformandose extrañamente. Camina la misma ruta pero al revés, esquivando coches conducidos por personas cortas de memoria que han olvidado que alguna vez tuvieron días de peatones sin posibilidades de un coche, con las manos llenas de mandado y 500 mililitros de orina queriendo salir insistentemente, bajo el sol poco amigable que hace que las caras se arruguen y deformen extrañamente, como la de Feli que ahora está en medio del camellón, esperando que algún conductor aun tenga un poco de memoria y le de el paso al fin.

Feli continúa caminando hasta que al llegar a la boutique cereza se encuentra con un ex compañero, el cual siempre fue un pelele y ahora, por supuesto, por papá o suegro, tiene el empleo del año. Después de una plática insulsa e hipócrita, con un poco de sudor en la frente y los cachetes rojos, ya no por las marcas que suceden al dormir, sino por el guerroso sol, Feli sigue su marcha, hasta que por fin, llega a su gris pero querida casa.

Al entrar, la luz de la calle ilumina el pasillo, dejando ver el cuerpo inerte de su pez querido, se da cuenta que ha saltado de su pecera y nadie lo ha visto, el pobrecillo habrá agonizado dando brincos hasta sacudirse lentamente. Ahora el pez yace sobre el piso, sucio el piso, por cierto, y está tieso, si, tieso, tieso y blancuzco con una pequeña pelusita enredada en su cola. Feli piensa impotentemente que esa mañana no le dio de comer y que la última vez que lo vió nadando y feliz fue anoche, piensa en que no llegó a tiempo para salvarlo del cielo de los peces, al cual no le correspondía ir aun, pensó en la cepillada de dientes, en las marcas de su cara, en los jeans y los tenis, en el camino al mercado, el circo de los tomates y el olor a pescado y el camellón amarillo y en el tráfico y los conductores desmemoriados y el pelele de su ex escuela y la luz de la calle que iluminó el pasillo, como anunciándole la muerte. Pensó en el momento preciso en que al pez le dieron ganas de morir. Y pensó, sobre todo, en que nunca quiso ponerle una tapa a la pecera porque creía que le quitaba libertad al pez, como si con la tapa se achicara la pecera, o se asfixiara el pez, o se pegara al brincar. Pero ahora ya no importaba.

Con resignación llega a la cocina, y se encuentra con su pareja, quien ignora la tragedia del pez, y se encuentra también con la super heroína de la vida de su pareja. Su suegra, quien saluda con una sonrisa de porcelana, que para Feli, más bien es de loza rota. El café está como por arte de magia hecho, y comienza la charla, que más bien parece un monólogo, y la señora comienza a decir con fervor las noticias de la cuadra, de la hija de la sobrina del cliente, de vez en cuando, deja ir un comentario poco agradable sobre Feli, mientras pela exóticamente una naranja, porque así le gusta a ella, y a Feli no le queda nada más que sonreír lo más naturalmente posible.

Luego, comienza la segunda etapa de la charla, los malestares de salud, los males vaginales, de asma, piel, de hipertensión, de muela, de músculos y los de su flora intestinal. Todos ellos la han aquejado en lo que va del año. Mientras tanto, Feli piensa en que se privará de hacer el amor con su pareja, porque en ese momento se encuentra indispuesta, porque le está dando un masaje de pies a su suegra celestial.

Feli se mete al baño, necesita una ducha urgente, pero al abrir la puerta se encuentra con esos bichitos desagradables, más que eso, los que le dan fobia. Entonces, de golpe cierra la puerta y se dirige al sillón, que más bien parece cama de agua, su cuerpo parece hundirse hasta perderse dentro de él, sin que nadie se de cuenta. Ni de la tragedia del pez, ni de la sonrisa hipócrita, ni de los moustruos del baño, ni de su desaparición en el sillón. Se ha pasado la hora de la cena, y Feli piensa que no importa si se va a la cama sin cenar, y piensa en lo grandioso que sería si cuando su pareja regrese a su lado, no tenga hambre.

Feli sigue perdido en la inmensidad del sillón, ni el FBI ni Sherlock Holmes quien ha revivido solo para encontrarle, lo ha logrado. Se han pasado los minutos, mientras termina la sesión del masaje y su pareja regrese a buscarlo, Feli sigue pensando, y piensa en el futuro y en que no sabe nada, ni siquiera sabe cómo, cuándo, ni dónde morirá, si será feliz o será mártir de la vida, si su pareja lo amará más que a su madre algún día, si lo enterrarán en su tierra o en la suya, si su familia lo ha disculpado o si tiene sentido pensar todo eso.

¿Quién quiere pensar? Las personas queremos felicidad fácil y rápido, pero la vida no es una maruchan. Y lo sabemos, sabemos que no nos queda de otra mas que los juanetes en los pies, la gota fría, la llamada ausente, el ruido del refri, el cumpleaños y la cana brotando, la cama con dos, o con uno, o vacía.

Entonces, para calmarnos, en algún momento, salimos de la inmensidad sillón y de los pensamientos ondulantes y encendemos el televisor, apagamos la luz y empezamos a no pensar.

1 comentario:

Juan José López Domínguez. dijo...

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[Te amo, señorita que escribe...]
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y eso que escribes, como lo escribes, es tan hermoso...